domingo, 21 de octubre de 2012

Regresó del Infierno


Cuenta una leyenda que allá por el año de 1770, en una de las casas grandes de la calle principal del Real y Minas de Pachuca, don Pedro Ramírez de Trabueso y Dávila, rico hacendado pariente de doña Micaela, esposa de don Pedro Romero de Terreros, agonizaba rodeado de familiares y su médico de cabecera; su esposa Ramona le decía llorando, suplicando:

-No te vayas mi señor, tus hijos y yo moriremos de tristeza por tu ausencia.

-¡Ya mujer, deja de llorar! No es mi voluntad morirme, sálganse todos por favor.

Usted se queda doctor –le contestó don Pedro con debilidad.

Obediente y con lágrimas, la señora le contestó:

-Como tú mandes mi señor. Salgamos hijos.

El médico se quedó asombrado por la actitud de su paciente y le preguntó:

-Dígame señor, ¿Qué es lo que quiere que haga?

-Usted doctor sabe mejor que nadie, que tengo un don para saber cosas anticipadas, supe el día que mi madre iba a morir, predije la muerte de mis tíos, también le advertí a mi cuñado don Pedro Romero de Terreros, del tumulto y ruido popular que iba a suceder en Real del Monte, que por poco le cuesta la vida. Ahora sé que me voy a morir, pero quiero que me ayude a hacer un experimento.

-No lo entiendo, señor.

-Desde niño soñé con desafiar una incógnita imposible.

-No lo acabo de entender, en qué forma puedo ayudarle al experimento que me dice.

-Con su ayuda podré recorrer el velo del misterio, descubrir si hay vida después de la muerte.

De pronto tocaron la puerta insistentemente.

-Abran, soy el cura don Nicolás, del Santo Oficio; vengo a darle los Santo Óleos.

-Ábrale, doctor, él servirá para lograr mi propósito.

Cuando abrieron la puerta, el cura les dijo furioso:

-No pueden cerrar la puerta, y menos a un ministro de Dios que viene a darte la confesión, los Santos Óleos para que puedas salvar tu alma.

Don Pedro estaba casi moribundo y con trabajo dijo:

-Por favor, señor cura, como última voluntad quiero que usted y el doctor me ayuden a bien morir. Usaremos un magnetismo entre los tres para que sirva de comunicación y por medio de la ciencia del doctor y sus rezos, mantendrán mi alma atada a mi cuerpo; quiero decir que si muero, seguiré presente ante ustedes y les daré testimonio de lo que hay en el más allá.

Enojado, el cura le puso enfrente un crucifijo y le dijo:

-Lo que pretendes es imposible, absurdo, es retar a la muerte, al poder de Dios, sólo nos ha enseñado lo que tiene en su reino. No estoy de acuerdo en ser cómplice de tus herejías.

Pedro o miró con ojos de piedad y le suplicó:

-No se puede negar, señor cura. Es mi última voluntad y debe respetarla como un secreto de confesión.

-Te equivocas, como tu confesor tengo facultades para hablar ante el tribunal de la Santa Inquisición para que te manden a la hoguera antes de que te mueras.

Pedro, ignorando al cura, le dijo al médico:

-Haga lo que le pedí, doctor, siento que el alma se me escapa.

-Lo intentaremos como usted quiere, señor, y que sea la voluntad de Dios.

El médico prendió una vela y la pasó por la cara de don Pedro y le dijo:

-No deje de mirar la luz, es este momento quedará bajo mi poder. Se siente cansado, sus ojos se cierran. Duerma profundamente, su voluntad será la mía. Obedecerá mis órdenes, su espíritu dejará su envoltura pero usted me hablará.

El cura les ordenó que no siguieran.

-Me quejaré ante el tribunal de lo que están haciendo y usted será juzgado severamente, doctor.

-¡Cállese por favor! Es mejor que salga.

-Eso es lo que quisieran, pero voy a permanecer para ver que es lo que hacen fuera de nuestra religión, para condenarlos a los dos.

El médico tomó el pulso de don Pedro y muy preocupado dijo en voz alta:

-Ya se murió.

Vino un pesado silencio. Luego, otra vez el doctor tomó la mano de don Pedro y sin dejar de apretarla, le dijo en el oído:

-Responda lo que le voy a preguntar.

De pronto se escucho un gritó angustioso de don Pedro, quien temblaba de pie a cabeza.

-Ah, siento mucho frio, estoy flotando en medio de una espesa neblina, a lo lejos se ve luz.

El médico no dejaba de preguntar, bajo la mirada del cura que estaba muy sorprendido.

-¿Qué más ve? Dígame, ¿qué es lo que escucha?

-Escucho gemidos de dolor, gritos angustiosos ¡Oh no!

-¿Qué le pasa?, dígamelo.

-Unas sombras tratan de agarrarme, ¡ay!

El médico se puso muy nervioso, ahora era don Pedro quien con las dos manos lo sujetaba con fuerza.

-Regrese don Pedro, trate de ver la luz de la vela, se lo ordeno; su alma tienen que regresar aquí; y después se volverá a ir pero con el rumbo correcto.

Don Pedro no dejaba de gritar, se revolcaba en la cama o se agarraba de las cobijas.

-No me lleven…son tinieblas… hace mucho calor. ¡Dios mío! Me están metiendo en una cámara grande donde hay utensilios de tormento. Veo seres horribles con pesuñas largas, tienen la cola larga, cuernos, ojos saltones y echan lumbre; ahora se acercan a mí.

El cura intervino, detuvo la mano del médico y retiró la vela.

-¡Ya basta! Detenga lo que está haciendo, se lo ordeno en nombre de Dios, afuera está el Santo Oficio, los llamaré para que vean sus brujerías.

El médico, sudando de la frente, le respondió:

-Por favor, señor cura, lo estamos perdiendo.

-Regréselo, se lo ordeno por la santísima Virgen del Carmen.

-Don Pedro, cuando se lo ordene, su espíritu regresará a su cuerpo y después se irá a donde corresponda. ¿Me escucha?

-¡Si!

El médico le tronó los dedos y le gritó:

-¡Ahora!

Don Pedro se quedó quieto, su cara se transformó, tomó una expresión horrorizada. Luego se estiró y lanzó el último suspiro. A la habitación entró un olor a azufre que los hizo toser; a punto de ahogarse, vieron que de la nube salió una figura horrible soltando una carcajada. El médico cayo desmayado por la impresión de ver al diablo, el cura se puso de rodillas y mostrándole un crucifijo, le dijo:

-¡Lárgate Satanás a tus infiernos, te lo pido por Jesucristo nuestro señor!.

Las carcajadas se escuchaban muy fuertes, revotaba el eco en las paredes haciéndoles estremecer de miedo.

-¡Estúpidos! Ustedes me trajeron, ahora se las verán conmigo.

La casa empezó a quemarse. Salieron llamas por todos lados y se convirtió en u verdadero infierno. La Santa Inquisición y el Santo Oficio, que estaban en espera de recibir el alma de don Pedro, pues era un español muy importante y amigo del virrey, gritaron:

-¡Madre Santa! El diablo esta aquí.

Todos los que estaban en la casa de don Pedro, una hacienda de beneficio que se encuentra al norte de la ciudad, murieron quemados. Los tenientes del cura de la Real ciudad de México, prohibieron dentro de la iglesia, aceptar la voluntad de un moribundo que pidiera regresar del más allá.

Cuentan los vecinos que en los viejos paredones que se encuentran el barrio Camelia, que fue casa de don Pedro Trabuesco y Dávila, cerca de la media noche se escuchan lamentos, el viento sopla muy fuerte y hay quien asegura que han visto al diablo.


Publicado por: Historia del Estado de Hidalgo
Visita Hidalgo.com/ Cultura.asp

Gobierno del Estado de Hidalgo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario